Apicultura

Día mundial de las abejas

Compartir:

Uno de los insectos más importantes en el mundo son las abejas. Son muchos los estudios que dicen que si se extinguen las abejas, al ser humano le quedarían aproximadamente unos cuatro años más de vida.

Si siempre te has preguntado como sería la vida de una abeja, a continuación os vamos a contar como lo ven ellas, en primera persona.

Soy una abeja obrera. Tengo 45 días de vida y estoy llegando al final de la misma. Mi madre, la reina, depositó un huevo en el fondo de una celdilla y a los 3 días nací yo. Era una larva, un gusano blanco de apenas 5mm, y recuerdo que siempre tenía hambre, por eso mis hermanas mayores venían a darme de comer.

A los 6 días de nacer mis hermanas cerraron con una tapa de cera la celdilla donde yo estaba, y entonces empecé a sentirme rara, me habían dicho que comenzaba mi fase de metamorfosis. Doce días después me “desperté” cambiada, tenía 6 patas, 2 antenas, 4 alas. ¡era totalmente nueva! Rompí el opérculo que cerraba mi celda y salí a explorar el interior de la colmena. Tenía un montón de hermanas ¡casi 50.000! Además, había unos 3.000 zánganos y por supuesto la reina.

Nada más nacer me dijeron que limpiase la celdilla en la que había crecido, porque había que prepararla para que mi madre pusiera otro huevo ¡hasta 3000 huevos ponía cada día! A lo largo de los siguientes días me fueron dando diferentes tareas: primero limpiar toda la colmena, luego alimentar a las hambrientas larvas que crecían en las celdillas, después comencé a fabricar cera y entonces me encargaron reparar y construir panales en la colmena.

A los 21 días desde que salí de la celdilla me encargaba de vigilar la piquera, la entrada de la colmena, y además ya comenzaba a volar por las cercanías de mi casa. Era muy importante para mí, porque fortalecía mis alas y mejoraba mis habilidades de vuelo. Acababa de descubrir un mundo nuevo. El campo lleno de flores me gustaba mucho. Primero iba de flor en flor buscando polen que almacenaba en unas cestas especiales que tengo en mis patas traseras, luego en la colmena el polen se transformaba en “pan de abeja”. Además, aprendí a libar el néctar de las flores para llevarlo a la colmena. Nada más entrar en casa le daba la carga que llevaba a una de mis hermanas y ella se encargaba de llevarla a las celdillas donde se fermentaba para formar miel. Por supuesto yo volvía al campo para traer más néctar.

¡Ah, me olvidaba! Con frecuencia nos visitaba una persona vestida con un traje blanco muy raro, le llamaban apicultor. Se encargaba de cuidarnos, vigilaba nuestro desarrollo, a veces nos traía alimento, otras veces tratamientos para ayudarnos a luchar contra las enfermedades y siempre se preocupaba de luchar contra el avispón asiático, colocando trampas o arpas eléctricas. Esa fue mi vida, trabajando de sol a sol en el campo, y por la noche en la colmena. Volando sin parar, de flor en flor.